Adaptación del entremés Retablo de
las maravillas de Miguel de Cervantes
Salen CHANFALLA y CHIRINOS.
CHANFALLA.- No te
olvides de mis advertencias, Chirinos, principalmente los que te he
dado para este nuevo embuste.
CHIRINOS.- Chanfalla
ilustre, tanta memoria tengo como entendimiento, y una voluntad de
satisfacerte, que excede a las demás potencias. Pero dime: ¿de qué
sirve este Rabelín que hemos tomado? Nosotros dos solos, ¿no
pudiéramos con esta empresa?
CHANFALLA.- Lo habíamos
menester como el pan de la boca, para tocar en los espacios que
tarden en salir las figuras del Retablo de las Maravillas.
CHIRINOS.- Maravilla
será si no nos apedrean por el Rabelín; porque tan desventurada
criaturilla no la he visto en todos los días de mi vida.
(Entra el RABELÍN.)
RABELÍN.- ¿Se ha de
hacer algo en este pueblo, señor autor? Que ya me muero porque vuesa
merced vea que no soy una carga.
CHIRINOS.- Cuatro
cuerpos vuestros no hacen un tercio mío, ¡cómo vais a ser una
carga! Como no seáis más gran músico que grande, apañados vamos.
RABELÍN.- En verdad que
me han escrito para entrar en una compañía sólo para una parte,
por lo chico que soy.
CHANFALLA.- Si os han de
dar la parte a medida del cuerpo, casi será invisible.
CHIRINOS.- Poco a poco,
estamos ya en el pueblo, y éstos deben de ser, como lo son sin
duda, el Gobernador y los Alcaldes. Salgámosles al encuentro, y date
un filo a la lengua en la piedra de la adulación; pero no despuntes
de aguda.
(Salen el GOBERNADOR y
BENITO REPOLLO, alcalde, JUAN CASTRADO, regidor, y PEDRO CAPACHO,
escribano.)
CHIRINOS.- Beso a vuesas mercedes las
manos: ¿quién de vuesas mercedes es el Gobernador deste pueblo?
GOBERNADOR.- Yo soy el
Gobernador; ¿qué es lo que queréis, buen hombre?
CHANFALLA.- A tener yo
algo de entendimiento, hubiera echado de ver que esa peripatética y
anchurosa presencia no podía ser de otro que del dignísimo
Gobernador de este honrado pueblo de las Algarrobillas.
CHIRINOS.- Saludos para
su señora y sus señoritos, si es que el señor Gobernador los
tiene.
CAPACHO.- No es casado
el señor Gobernador.
CHIRINOS.- Para cuando
lo sea.
GOBERNADOR.- Y bien,
¿qué es lo que queréis, hombre honrado?
CHIRINOS.- Honrados días
viva vuesa merced, que así nos honra; en fin, la encina da bellotas;
el pero, peras; la parra, uvas, y el honrado, honra, sin poder hacer
otra cosa.
BENITO.- Sentencia
ciceronianca, sin quitar ni poner un punto.
CAPACHO.- Ciceroniana
quiso decir el señor alcalde Benito Repollo.
BENITO.- Siempre quiero
decir lo que es mejor, pero la mayoría de veces no acierto; en fin,
buen hombre, ¿qué queréis?
CHANFALLA.- Yo, señores
míos, soy Montiel, el que trae el Retablo de las maravillas. Me han
enviado a llamar de la Corte los señores cofrades de los hospitales,
porque no hay autor de comedias en ella, y perecen los hospitales, y
con mi ida se remediará todo.
GOBERNADOR.- Y ¿qué
quiere decir Retablo de las maravillas?
CHANFALLA.- Por las
maravillosas cosas que en él se muestran, viene a ser llamado
Retablo de las maravillas; el cual fabricó y compuso el sabio
Tontonelo debajo de tales paralelos, rumbos, astros y estrellas, con
tales puntos, caracteres y observaciones, que ninguno puede ver las
cosas que en él se muestran, que tenga alguna raza de confeso, o no
haya sido procreado de sus padres de legítimo matrimonio. Si no lo
son, despídase de ver las cosas, jamás vistas ni oídas, de mi
retablo.
BENITO.- Ahora veo que
cada día se ven en el mundo cosas nuevas. Y ¿se llamaba Tontonelo
el sabio que el retablo compuso?
CHIRINOS.- Tontonelo se
llamaba, nacido en la ciudad de Tontonela; hombre de quien hay fama
que le llegaba la barba a la cintura.
BENITO.- Los hombres de
grandes barbas son sabiondos.
GOBERNADOR.- Señor
regidor Juan Castrado, esta noche se desposa la señora Teresa
Castrada, su hija, de quien yo soy padrino, y, en regocijo de la
fiesta, quiero que el señor Montiel muestre en vuestra casa su
Retablo.
JUAN.- Eso tengo yo por
servir al señor Gobernador.
CHIRINOS.- La cosa que
hay en contra es que, si no se nos paga primero nuestro trabajo, no
verán las figuras. ¡Bueno sería que entrase esta noche todo el
pueblo en casa del señor Juan Castrado (…) y viese lo contenido en
el Retablo, y mañana, cuando quisiésemos mostrarlo al pueblo, no
hubiese nadie que lo viese! No, señores. Nos han de pagar lo que
fuere justo.
BENITO.- Señora autora,
el señor regidor Juan Castrado os pagará más que honradamente, y
si no, el Concejo. (...)
JUAN.- Ahora bien,
¿contentarse ha el señor autor con que yo le dé adelantados media
docena de ducados? Y más, que se tendrá cuidado que no entre gente
del pueblo esta noche en mi casa.
CHANFALLA.- Soy
contento; porque yo me fío de la diligencia de vuesa merced y de su
buen término.
JUAN.- Pues véngase
conmigo. Recibirá el dinero, y verá mi casa, y la comodidad que
hay en ella para mostrar ese retablo.
CHANFALLA.- Vamos; y no
se les pase de las mientes las calidades que han de tener los que se
atrevieren a mirar el maravilloso retablo.
BENITO.- A mi cargo
queda eso, y le sé decir que, por mi parte, puedo ir seguro a
juicio, pues tengo el padre alcalde; cuatro dedos de enjundia de
cristiano viejo rancioso tengo sobre los cuatro costados de mi
linaje: ¡miren si veré el tal retablo!
CAPACHO.- Todos le
pensamos ver, señor Benito Repollo.
JUAN.- Vamos, autor, y
manos a la obra; que Juan Castrado me llamo, hijo de Antón Castrado
y de Juana Macha; y no digo más en abono y seguro que podré ponerme
cara a cara y a pie quedo delante del referido retablo.
CHIRINOS.- ¡Dios lo
haga!
(Éntranse JUAN CASTRADO y
CHANFALLA.)
GOBERNADOR.- Señora
autora, ¿qué poetas se usan ahora en la Corte de fama,
especialmente de los llamados cómicos? Porque yo tengo mis puntos de
poeta y me pica la farándula. Veinte y dos comedias tengo, todas
nuevas y estoy aguardando para ir a la Corte con ellas.
CHIRINOS.- A lo que
vuesa merced, señor Gobernador, me pregunta de los poetas, no le
sabré responder; porque hay tantos, que quitan el sol, y todos
piensan que son famosos. Pero dígame vuesa merced, por su vida:
¿cómo es su buena gracia? ¿cómo se llama?
GOBERNADOR.- A mí,
señora autora, me llaman el licenciado Gomecillos.
CHIRINOS.- ¡Válame
Dios! ¿Y que vuesa merced es el señor licenciado Gomecillos, el que
compuso aquellas coplas tan famosas de Lucifer estaba malo?
GOBERNADOR.- Malas
lenguas hubo que me quisieron ahijar esas coplas. Las que yo compuse,
y no lo quiero negar, fueron aquellas que trataron del Diluvio de
Sevilla; que, puesto que los poetas son ladrones unos de otros, nunca
me precié de hurtar nada a nadie: con mis versos me ayude Dios, y
hurte el que quisiere.
(Vuelve CHANFALLA.)
CHANFALLA.- Señores,
vuesas mercedes vengan, que todo está a punto, y no falta más que
comenzar.
CHIRINOS.- ¿Está ya el
dinero?
CHANFALLA.- Entre las
telas del corazón.
CHIRINOS.- Pues te doy
por aviso, Chanfalla, que el Gobernador es poeta.
CHANFALLA.- ¿Poeta?
¡Cuerpo del mundo! Pues dale por engañado, porque todos los de
humor semejante son gente descuidada, crédula y nada maliciosa.
BENITO.- Vamos, autor;
que me saltan los pies por ver esas maravillas.
(Éntranse todos.)
(Salen JUANA CASTRADA y
TERESA REPOLLA, labradoras: la una como desposada, que es la
CASTRADA.)
CASTRADA.- Aquí te
puedes sentar, Teresa Repolla amiga, que tendremos el retablo
enfrente; y, pues sabes las condiciones que han de tener los
miradores del retablo, no te descuides, que sería una gran
desgracia.
TERESA.- Ya sabes, Juan
Castrada, que soy tu prima, y no digo más. ¡Tan cierto tuviera yo
el cielo como tengo cierto ver todo aquello que el retablo mostrare!
¡Por el siglo de mi madre, que me saco los mismos ojos de mi cara,
si alguna desgracia me acontece! ¡Bonita soy yo para eso!
CASTRADA.- Sosiégate,
prima; que toda la gente viene.
(Entran el GOBERNADOR,
BENITO REPOLLO, JUAN CASTRADO, PEDRO CAPACHO, EL AUTOR y LA AUTORA, y
EL MÚSICO, y otra gente del pueblo, y un SOBRINO de Benito, que ha
de ser aquel gentilhombre que baila.)
CHANFALLA.- Siéntense
todos. Y aquí el músico. El retablo, detrás del telón.
BENITO.- ¿Músico es
éste? Métanle detrás; que, con tal de no verle, daré por bien
empleado el no oírle.
CHANFALLA.- No tiene
vuesa merced razón, señor alcalde Repollo, de descontentarse del
músico, que es muy buen cristiano e hidalgo de buena familia.
GOBERNADOR.- ¡Calidades
son bien necesarias para ser buen músico!
BENITO.- Hidalgo, bien
podrá ser; mas de músico...Pocas cosas trae este autor para tan
gran retablo.
JUAN.- Todo debe de ser
de maravillas.
CHANFALLA.- ¡Atención,
señores, que comienzo!
¡Oh tú, quienquiera que
fuiste, que fabricaste este retablo con tan maravilloso artificio,
que alcanzó renombre de las Maravillas por la virtud que en él se
encierra, te conjuro, apremio y mando que muestres a estos señores
algunas de las tus maravillosas maravillas, para que se regocijen y
tomen placer sin escándalo alguno! Ea, que ya veo que has otorgado
mi petición, pues por aquella parte asoma la figura del valentísimo
Sansón, abrazado con las columnas del templo, para derribarlo y
tomar venganza de sus enemigos. ¡Tente, valeroso caballero; tente,
por la gracia de Dios Padre! ¡No hagas tal desaguisado, no hagas
tortilla tanta y tan noble gente como aquí se ha juntado!
BENITO.- ¡Tenga cuidado
conmigo! ¡Bueno sería que, en lugar de haber venido a disfrutar
quedásemos aquí hechos plasta!
CAPACHO.- ¿Lo veis vos,
Castrado?
JUAN.- Pues, ¿no le
había de ver?
GOBERNADOR.- [Aparte.]
Milagroso caso es éste: así veo yo a Sansón ahora, como el Gran
Turco; pues en verdad que me tengo por legítimo y cristiano viejo.
CHIRINOS.- ¡Guárdate,
hombre, que sale un toro! ¡Échate, hombre; échate, hombre; Dios te
libre, Dios te libre!
CHANFALLA.- ¡Échense
todos, échense todos! ¡Hucho ho!, ¡hucho ho!, ¡hucho ho!
(Échanse todos y
alborótanse.)
BENITO.- El diablo lleva
en el cuerpo el torillo.
JUAN.- Señor autor,
haga, si puede, que no salgan figuras que nos alboroten; y no lo digo
por mí, sino por estas muchachas, que se han asustado de la
ferocidad del toro.
CASTRADA.- Y ¡cómo,
padre! No pienso volver en mí en tres días; ya me vi en sus
cuernos.
GOBERNADOR.- [Aparte.]
Basta: que todos ven lo que yo no veo; pero al fin habré de decir
que lo veo, por la negra honrilla.
CHIRINOS.- Esa manada de
ratones que allá va desciende de aquellos que se criaron en el Arca
de Noé; unos son blancos, otros amarillentos, otros jaspeados y
otros azules; y, finalmente, todos son ratones.
CASTRADA.- ¡Jesús!,
¡Ay de mí! ¡Sujétenme, que me arrojaré por aquella ventana!
¿Ratones? ¡Desdichada! Amiga, apriétate las faldas, y mira no te
muerdan; ¡Por el siglo de mi abuela, que pasan de mil!
REPOLLA.- Yo sí soy la
desdichada, porque se me entran sin reparo ninguno; un ratón
morenico me tiene asida de una rodilla. ¡Socorro
BENITO.- Menos mal que
tengo gregüescos: así no hay ratón que me entre, por pequeño que
sea.
CHANFALLA.- Esta agua,
que con tanta priesa se deja descolgar de las nubes, es de la fuente
que da origen y principio al río Jordán. A la mujer que le toque el
rostro, se le volverá como de plata, y a los hombres se les volverán
las barbas como de oro.
CASTRADA.- ¿Oyes,
amiga? Descubre el rostro. ¡Oh, qué licor tan sabroso! Cúbrase,
padre, no se moje.
JUAN.- Todos nos
cubrimos, hija.
BENITO.- Por las
espaldas me ha calado el agua hasta la canal maestra.
CAPACHO.- Yo estoy más
seco que un esparto.
GOBERNADOR.- [Aparte.]
¿Qué diablos puede ser esto, que aún no me ha tocado una gota,
donde todos se ahogan? Mas ¿si viniera yo a ser bastardo entre
tantos legítimos?
BENITO.- Quiten de allí
aquel músico; si no, voto a Dios que me voy. ¡Válgate el diablo
por el músico!
RABELÍN.- Señor
alcalde, no la tome conmigo; que yo toco como Dios ha sido servido de
enseñarme.
BENITO.- ¿Dios te ha
enseñado, sabandija? ¡Escóndete; si no, por Dios que te arroje
este banco!
RABELÍN.- El diablo
creo que me ha traído a este pueblo.
CAPACHO.- Fresca es el
agua del santo río Jordán; y, aunque me cubrí lo que pude, todavía
me alcanzó un poco en los bigotes, y apostaré que los tengo rubios
como un oro.
CHIRINOS.- Allá van
hasta dos docenas de leones y de osos; cuidado; que, aunque
fantásticos, no dejarán de dar alguna pesadumbre, y aun de hacer
las fuerzas de Hércules.
JUAN.- Ea, señor
autor,¿Y agora nos quiere llenar la casa de osos y de leones?
BENITO.- Señor autor, y
salgan figuras más apacibles, o aquí nos contentamos con las
vistas; y Dios le guíe, y no pare más en el pueblo un momento.
CASTRADA.- Señor Benito
Repollo, deje salir ese oso y leones, siquiera por nosotras, y
recibiremos mucho contento.
JUAN.- Pues, hija, ¿de
antes te espantabas de los ratones, y agora pides osos y leones?
CASTRADA.- Todo lo nuevo
gusta, señor padre.
CHIRINOS.- Esa doncella,
que agora se muestra tan galana y tan compuesta, es la llamada
Herodías, cuyo baile alcanzó en premio la cabeza del Bautista. Si
hay quien la ayude a bailar, verán maravillas.
BENITO.- ¡Ésta sí que
es figura hermosa, apacible y reluciente! ¡Hideputa, y cómo que se
vuelve la mochacha! Sobrino Repollo, tú que sabes de achaque de
castañetas, ayúdala.
SOBRINO.- Que me place,
tío Benito Repollo.
(Tocan la zarabanda.)
CAPACHO.- ¡Toma mi
abuelo, si es antiguo el baile de la Zarabanda y de la Chacona!
(Suena una trompeta, o
corneta dentro del teatro, y entra UN FURRIER de compañías.)
FURRIER.- ¿Quién es
aquí el señor Gobernador?
GOBERNADOR.- Yo soy.
¿Qué manda vuesa merced?
FURRIER.- Que al punto
mande hacer alojamiento para treinta hombres de armas que llegarán
aquí dentro de media hora, y aun antes, que ya suena la trompeta; y
adiós.
[Vase.]
BENITO.- Yo apostaré
que los envía el sabio Tontonelo.
CHANFALLA.- No hay tal;
que ésta es una compañía de caballos que estaba alojada dos leguas
de aquí.
BENITO.- Ahora yo
conozco bien a Tontonelo, y sé que vos y él sois unos grandísimos
bellacos; y mirad que os mando que mandéis a Tontonelo no tenga
atrevimiento de enviar estos hombres de armas.
CHANFALLA.- ¡Digo,
señor Alcalde, que no los envía Tontonelo!
BENITO.- Digo que los
envía Tontonelo, como ha enviado las otras sabandijas que yo he
visto.
CAPACHO.- Todos las
hemos visto, señor Benito Repollo.
BENITO.- No digo yo que
no, señor Pedro Capacho.
(Vuelve el FURRIER.)
FURRIER.- Ea, ¿está ya
hecho el alojamiento? Que ya están los caballos en el pueblo.
BENITO.- ¿Que todavía
ha salido con la suya Tontonelo? ¡Pues me lo habéis de pagar!!
CHANFALLA.- Séanme
testigos que me amenaza el Alcalde.
CHIRINOS.- Séanme
testigos que dice el Alcalde que lo que manda Su Majestad lo manda el
sabio Tontonelo.
GOBERNADOR.- Yo para mí
tengo que verdaderamente estos hombres de armas no deben de ser de
burlas.
FURRIER.- ¿De burlas
habían de ser, señor Gobernador? ¿Está en su seso?
JUAN.- Bien pudieran ser
atontonelados: como esas otras cosas que hemos visto aquí. Autor,
haga salir otra vez a la doncella Herodías, porque vea este señor
lo que nunca ha visto.
CHANFALLA.- Eso en buen
hora: ved como vuelve y hace de señas a su bailador a que de nuevo
la ayude.
SOBRINO.- Por mí no
quedará, por cierto.
BENITO.- Eso sí,
sobrino; cánsala, cánsala; vueltas y más vueltas.
FURRIER.- ¿Está loca
esta gente? ¿Qué diablos de doncella es ésta, y qué baile, y qué
Tontonelo?
CAPACHO.- Luego, ¿no ve
la doncella herodiana el señor furrier?
FURRIER.- ¿Qué diablos
de doncella tengo de ver?
CAPACHO.- Basta: ¡de
ellos es!
GOBERNADOR.- ¡De ellos
es; de ellos es!
JUAN.- ¡De ellos es, de
ellos el señor furrier; de ellos es!
FURRIER.- ¡Soy de la
mala puta que los parió; y, por Dios vivo, que si echo mano a la
espada, que los haga salir por las ventanas, que no por la puerta!
CAPACHO.- Basta: ¡de
ellos es!
BENITO.- Basta: ¡de
ellos es, pues no ve nada!
FURRIER.- Canalla: si
otra vez me dicen que soy de ellos, no les dejaré hueso sano.
BENITO.- Nunca los
confesos ni bastardos fueron valientes; y por eso no podemos dejar de
decir: ¡de ellos es, de ellos es!
FURRIER.- ¡Cuerpo de
Dios con los villanos! ¡Esperad!
(Mete mano a la espada y
acuchíllase con todos; y el ALCALDE aporrea al RABELLEJO; y la
CHERRINOS descuelga la manta y dice:)
[CHIRINOS].- Qué suerte
la venida de los hombres de armas; parece que los llamaron con
campanilla.
CHANFALLA.- El suceso ha
sido extraordinario; la virtud del retablo se queda en su punto, y
mañana lo podemos mostrar al pueblo; y nosotros mismos podemos
cantar el triunfo de esta batalla, diciendo: ¡vivan Chirinos y
Chanfalla!
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