viernes, 4 de marzo de 2016

"El retablo de las maravillas"

Adaptación del entremés Retablo de las maravillas de Miguel de Cervantes



Salen CHANFALLA y CHIRINOS.


CHANFALLA.- No te olvides de mis advertencias, Chirinos, principalmente los que te he dado para este nuevo embuste.

CHIRINOS.- Chanfalla ilustre, tanta memoria tengo como entendimiento, y una voluntad de satisfacerte, que excede a las demás potencias. Pero dime: ¿de qué sirve este Rabelín que hemos tomado? Nosotros dos solos, ¿no pudiéramos con esta empresa?

CHANFALLA.- Lo habíamos menester como el pan de la boca, para tocar en los espacios que tarden en salir las figuras del Retablo de las Maravillas.

CHIRINOS.- Maravilla será si no nos apedrean por el Rabelín; porque tan desventurada criaturilla no la he visto en todos los días de mi vida.

(Entra el RABELÍN.)

RABELÍN.- ¿Se ha de hacer algo en este pueblo, señor autor? Que ya me muero porque vuesa merced vea que no soy una carga.

CHIRINOS.- Cuatro cuerpos vuestros no hacen un tercio mío, ¡cómo vais a ser una carga! Como no seáis más gran músico que grande, apañados vamos.

RABELÍN.- En verdad que me han escrito para entrar en una compañía sólo para una parte, por lo chico que soy.

CHANFALLA.- Si os han de dar la parte a medida del cuerpo, casi será invisible.

CHIRINOS.- Poco a poco, estamos ya en el pueblo, y éstos deben de ser, como lo son sin duda, el Gobernador y los Alcaldes. Salgámosles al encuentro, y date un filo a la lengua en la piedra de la adulación; pero no despuntes de aguda.

(Salen el GOBERNADOR y BENITO REPOLLO, alcalde, JUAN CASTRADO, regidor, y PEDRO CAPACHO, escribano.)

CHIRINOS.- Beso a vuesas mercedes las manos: ¿quién de vuesas mercedes es el Gobernador deste pueblo?

GOBERNADOR.- Yo soy el Gobernador; ¿qué es lo que queréis, buen hombre?

CHANFALLA.- A tener yo algo de entendimiento, hubiera echado de ver que esa peripatética y anchurosa presencia no podía ser de otro que del dignísimo Gobernador de este honrado pueblo de las Algarrobillas.

CHIRINOS.- Saludos para su señora y sus señoritos, si es que el señor Gobernador los tiene.

CAPACHO.- No es casado el señor Gobernador.

CHIRINOS.- Para cuando lo sea.

GOBERNADOR.- Y bien, ¿qué es lo que queréis, hombre honrado?

CHIRINOS.- Honrados días viva vuesa merced, que así nos honra; en fin, la encina da bellotas; el pero, peras; la parra, uvas, y el honrado, honra, sin poder hacer otra cosa.

BENITO.- Sentencia ciceronianca, sin quitar ni poner un punto.

CAPACHO.- Ciceroniana quiso decir el señor alcalde Benito Repollo.

BENITO.- Siempre quiero decir lo que es mejor, pero la mayoría de veces no acierto; en fin, buen hombre, ¿qué queréis?

CHANFALLA.- Yo, señores míos, soy Montiel, el que trae el Retablo de las maravillas. Me han enviado a llamar de la Corte los señores cofrades de los hospitales, porque no hay autor de comedias en ella, y perecen los hospitales, y con mi ida se remediará todo.

GOBERNADOR.- Y ¿qué quiere decir Retablo de las maravillas?

CHANFALLA.- Por las maravillosas cosas que en él se muestran, viene a ser llamado Retablo de las maravillas; el cual fabricó y compuso el sabio Tontonelo debajo de tales paralelos, rumbos, astros y estrellas, con tales puntos, caracteres y observaciones, que ninguno puede ver las cosas que en él se muestran, que tenga alguna raza de confeso, o no haya sido procreado de sus padres de legítimo matrimonio. Si no lo son, despídase de ver las cosas, jamás vistas ni oídas, de mi retablo.

BENITO.- Ahora veo que cada día se ven en el mundo cosas nuevas. Y ¿se llamaba Tontonelo el sabio que el retablo compuso?

CHIRINOS.- Tontonelo se llamaba, nacido en la ciudad de Tontonela; hombre de quien hay fama que le llegaba la barba a la cintura.

BENITO.- Los hombres de grandes barbas son sabiondos.

GOBERNADOR.- Señor regidor Juan Castrado, esta noche se desposa la señora Teresa Castrada, su hija, de quien yo soy padrino, y, en regocijo de la fiesta, quiero que el señor Montiel muestre en vuestra casa su Retablo.

JUAN.- Eso tengo yo por servir al señor Gobernador.

CHIRINOS.- La cosa que hay en contra es que, si no se nos paga primero nuestro trabajo, no verán las figuras. ¡Bueno sería que entrase esta noche todo el pueblo en casa del señor Juan Castrado (…) y viese lo contenido en el Retablo, y mañana, cuando quisiésemos mostrarlo al pueblo, no hubiese nadie que lo viese! No, señores. Nos han de pagar lo que fuere justo.

BENITO.- Señora autora, el señor regidor Juan Castrado os pagará más que honradamente, y si no, el Concejo. (...)

JUAN.- Ahora bien, ¿contentarse ha el señor autor con que yo le dé adelantados media docena de ducados? Y más, que se tendrá cuidado que no entre gente del pueblo esta noche en mi casa.

CHANFALLA.- Soy contento; porque yo me fío de la diligencia de vuesa merced y de su buen término.

JUAN.- Pues véngase conmigo. Recibirá el dinero, y verá mi casa, y la comodidad que hay en ella para mostrar ese retablo.

CHANFALLA.- Vamos; y no se les pase de las mientes las calidades que han de tener los que se atrevieren a mirar el maravilloso retablo.

BENITO.- A mi cargo queda eso, y le sé decir que, por mi parte, puedo ir seguro a juicio, pues tengo el padre alcalde; cuatro dedos de enjundia de cristiano viejo rancioso tengo sobre los cuatro costados de mi linaje: ¡miren si veré el tal retablo!

CAPACHO.- Todos le pensamos ver, señor Benito Repollo.

JUAN.- Vamos, autor, y manos a la obra; que Juan Castrado me llamo, hijo de Antón Castrado y de Juana Macha; y no digo más en abono y seguro que podré ponerme cara a cara y a pie quedo delante del referido retablo.

CHIRINOS.- ¡Dios lo haga!

(Éntranse JUAN CASTRADO y CHANFALLA.)

GOBERNADOR.- Señora autora, ¿qué poetas se usan ahora en la Corte de fama, especialmente de los llamados cómicos? Porque yo tengo mis puntos de poeta y me pica la farándula. Veinte y dos comedias tengo, todas nuevas y estoy aguardando para ir a la Corte con ellas.

CHIRINOS.- A lo que vuesa merced, señor Gobernador, me pregunta de los poetas, no le sabré responder; porque hay tantos, que quitan el sol, y todos piensan que son famosos. Pero dígame vuesa merced, por su vida: ¿cómo es su buena gracia? ¿cómo se llama?

GOBERNADOR.- A mí, señora autora, me llaman el licenciado Gomecillos.

CHIRINOS.- ¡Válame Dios! ¿Y que vuesa merced es el señor licenciado Gomecillos, el que compuso aquellas coplas tan famosas de Lucifer estaba malo?

GOBERNADOR.- Malas lenguas hubo que me quisieron ahijar esas coplas. Las que yo compuse, y no lo quiero negar, fueron aquellas que trataron del Diluvio de Sevilla; que, puesto que los poetas son ladrones unos de otros, nunca me precié de hurtar nada a nadie: con mis versos me ayude Dios, y hurte el que quisiere.

(Vuelve CHANFALLA.)

CHANFALLA.- Señores, vuesas mercedes vengan, que todo está a punto, y no falta más que comenzar.

CHIRINOS.- ¿Está ya el dinero?

CHANFALLA.- Entre las telas del corazón.

CHIRINOS.- Pues te doy por aviso, Chanfalla, que el Gobernador es poeta.

CHANFALLA.- ¿Poeta? ¡Cuerpo del mundo! Pues dale por engañado, porque todos los de humor semejante son gente descuidada, crédula y nada maliciosa.

BENITO.- Vamos, autor; que me saltan los pies por ver esas maravillas.

(Éntranse todos.)
(Salen JUANA CASTRADA y TERESA REPOLLA, labradoras: la una como desposada, que es la CASTRADA.)

CASTRADA.- Aquí te puedes sentar, Teresa Repolla amiga, que tendremos el retablo enfrente; y, pues sabes las condiciones que han de tener los miradores del retablo, no te descuides, que sería una gran desgracia.

TERESA.- Ya sabes, Juan Castrada, que soy tu prima, y no digo más. ¡Tan cierto tuviera yo el cielo como tengo cierto ver todo aquello que el retablo mostrare! ¡Por el siglo de mi madre, que me saco los mismos ojos de mi cara, si alguna desgracia me acontece! ¡Bonita soy yo para eso!

CASTRADA.- Sosiégate, prima; que toda la gente viene.

(Entran el GOBERNADOR, BENITO REPOLLO, JUAN CASTRADO, PEDRO CAPACHO, EL AUTOR y LA AUTORA, y 

EL MÚSICO, y otra gente del pueblo, y un SOBRINO de Benito, que ha de ser aquel gentilhombre que baila.)

CHANFALLA.- Siéntense todos. Y aquí el músico. El retablo, detrás del telón.

BENITO.- ¿Músico es éste? Métanle detrás; que, con tal de no verle, daré por bien empleado el no oírle.

CHANFALLA.- No tiene vuesa merced razón, señor alcalde Repollo, de descontentarse del músico, que es muy buen cristiano e hidalgo de buena familia.

GOBERNADOR.- ¡Calidades son bien necesarias para ser buen músico!

BENITO.- Hidalgo, bien podrá ser; mas de músico...Pocas cosas trae este autor para tan gran retablo.

JUAN.- Todo debe de ser de maravillas.

CHANFALLA.- ¡Atención, señores, que comienzo!
¡Oh tú, quienquiera que fuiste, que fabricaste este retablo con tan maravilloso artificio, que alcanzó renombre de las Maravillas por la virtud que en él se encierra, te conjuro, apremio y mando que muestres a estos señores algunas de las tus maravillosas maravillas, para que se regocijen y tomen placer sin escándalo alguno! Ea, que ya veo que has otorgado mi petición, pues por aquella parte asoma la figura del valentísimo Sansón, abrazado con las columnas del templo, para derribarlo y tomar venganza de sus enemigos. ¡Tente, valeroso caballero; tente, por la gracia de Dios Padre! ¡No hagas tal desaguisado, no hagas tortilla tanta y tan noble gente como aquí se ha juntado!

BENITO.- ¡Tenga cuidado conmigo! ¡Bueno sería que, en lugar de haber venido a disfrutar quedásemos aquí hechos plasta!

CAPACHO.- ¿Lo veis vos, Castrado?

JUAN.- Pues, ¿no le había de ver?

GOBERNADOR.- [Aparte.] Milagroso caso es éste: así veo yo a Sansón ahora, como el Gran Turco; pues en verdad que me tengo por legítimo y cristiano viejo.

CHIRINOS.- ¡Guárdate, hombre, que sale un toro! ¡Échate, hombre; échate, hombre; Dios te libre, Dios te libre!

CHANFALLA.- ¡Échense todos, échense todos! ¡Hucho ho!, ¡hucho ho!, ¡hucho ho!
(Échanse todos y alborótanse.)

BENITO.- El diablo lleva en el cuerpo el torillo.

JUAN.- Señor autor, haga, si puede, que no salgan figuras que nos alboroten; y no lo digo por mí, sino por estas muchachas, que se han asustado de la ferocidad del toro.

CASTRADA.- Y ¡cómo, padre! No pienso volver en mí en tres días; ya me vi en sus cuernos.

GOBERNADOR.- [Aparte.] Basta: que todos ven lo que yo no veo; pero al fin habré de decir que lo veo, por la negra honrilla.

CHIRINOS.- Esa manada de ratones que allá va desciende de aquellos que se criaron en el Arca de Noé; unos son blancos, otros amarillentos, otros jaspeados y otros azules; y, finalmente, todos son ratones.

CASTRADA.- ¡Jesús!, ¡Ay de mí! ¡Sujétenme, que me arrojaré por aquella ventana! ¿Ratones? ¡Desdichada! Amiga, apriétate las faldas, y mira no te muerdan; ¡Por el siglo de mi abuela, que pasan de mil!

REPOLLA.- Yo sí soy la desdichada, porque se me entran sin reparo ninguno; un ratón morenico me tiene asida de una rodilla. ¡Socorro

BENITO.- Menos mal que tengo gregüescos: así no hay ratón que me entre, por pequeño que sea.

CHANFALLA.- Esta agua, que con tanta priesa se deja descolgar de las nubes, es de la fuente que da origen y principio al río Jordán. A la mujer que le toque el rostro, se le volverá como de plata, y a los hombres se les volverán las barbas como de oro.

CASTRADA.- ¿Oyes, amiga? Descubre el rostro. ¡Oh, qué licor tan sabroso! Cúbrase, padre, no se moje.

JUAN.- Todos nos cubrimos, hija.

BENITO.- Por las espaldas me ha calado el agua hasta la canal maestra.

CAPACHO.- Yo estoy más seco que un esparto.

GOBERNADOR.- [Aparte.] ¿Qué diablos puede ser esto, que aún no me ha tocado una gota, donde todos se ahogan? Mas ¿si viniera yo a ser bastardo entre tantos legítimos?

BENITO.- Quiten de allí aquel músico; si no, voto a Dios que me voy. ¡Válgate el diablo por el músico!

RABELÍN.- Señor alcalde, no la tome conmigo; que yo toco como Dios ha sido servido de enseñarme.

BENITO.- ¿Dios te ha enseñado, sabandija? ¡Escóndete; si no, por Dios que te arroje este banco!

RABELÍN.- El diablo creo que me ha traído a este pueblo.

CAPACHO.- Fresca es el agua del santo río Jordán; y, aunque me cubrí lo que pude, todavía me alcanzó un poco en los bigotes, y apostaré que los tengo rubios como un oro.

CHIRINOS.- Allá van hasta dos docenas de leones y de osos; cuidado; que, aunque fantásticos, no dejarán de dar alguna pesadumbre, y aun de hacer las fuerzas de Hércules.

JUAN.- Ea, señor autor,¿Y agora nos quiere llenar la casa de osos y de leones?

BENITO.- Señor autor, y salgan figuras más apacibles, o aquí nos contentamos con las vistas; y Dios le guíe, y no pare más en el pueblo un momento.

CASTRADA.- Señor Benito Repollo, deje salir ese oso y leones, siquiera por nosotras, y recibiremos mucho contento.

JUAN.- Pues, hija, ¿de antes te espantabas de los ratones, y agora pides osos y leones?

CASTRADA.- Todo lo nuevo gusta, señor padre.

CHIRINOS.- Esa doncella, que agora se muestra tan galana y tan compuesta, es la llamada Herodías, cuyo baile alcanzó en premio la cabeza del Bautista. Si hay quien la ayude a bailar, verán maravillas.

BENITO.- ¡Ésta sí que es figura hermosa, apacible y reluciente! ¡Hideputa, y cómo que se vuelve la mochacha! Sobrino Repollo, tú que sabes de achaque de castañetas, ayúdala.

SOBRINO.- Que me place, tío Benito Repollo.
(Tocan la zarabanda.)

CAPACHO.- ¡Toma mi abuelo, si es antiguo el baile de la Zarabanda y de la Chacona!
(Suena una trompeta, o corneta dentro del teatro, y entra UN FURRIER de compañías.)

FURRIER.- ¿Quién es aquí el señor Gobernador?

GOBERNADOR.- Yo soy. ¿Qué manda vuesa merced?

FURRIER.- Que al punto mande hacer alojamiento para treinta hombres de armas que llegarán aquí dentro de media hora, y aun antes, que ya suena la trompeta; y adiós.

[Vase.]

BENITO.- Yo apostaré que los envía el sabio Tontonelo.

CHANFALLA.- No hay tal; que ésta es una compañía de caballos que estaba alojada dos leguas de aquí.

BENITO.- Ahora yo conozco bien a Tontonelo, y sé que vos y él sois unos grandísimos bellacos; y mirad que os mando que mandéis a Tontonelo no tenga atrevimiento de enviar estos hombres de armas.

CHANFALLA.- ¡Digo, señor Alcalde, que no los envía Tontonelo!

BENITO.- Digo que los envía Tontonelo, como ha enviado las otras sabandijas que yo he visto.

CAPACHO.- Todos las hemos visto, señor Benito Repollo.

BENITO.- No digo yo que no, señor Pedro Capacho.

(Vuelve el FURRIER.)

FURRIER.- Ea, ¿está ya hecho el alojamiento? Que ya están los caballos en el pueblo.

BENITO.- ¿Que todavía ha salido con la suya Tontonelo? ¡Pues me lo habéis de pagar!!

CHANFALLA.- Séanme testigos que me amenaza el Alcalde.

CHIRINOS.- Séanme testigos que dice el Alcalde que lo que manda Su Majestad lo manda el sabio Tontonelo.

GOBERNADOR.- Yo para mí tengo que verdaderamente estos hombres de armas no deben de ser de burlas.

FURRIER.- ¿De burlas habían de ser, señor Gobernador? ¿Está en su seso?

JUAN.- Bien pudieran ser atontonelados: como esas otras cosas que hemos visto aquí. Autor, haga salir otra vez a la doncella Herodías, porque vea este señor lo que nunca ha visto.

CHANFALLA.- Eso en buen hora: ved como vuelve y hace de señas a su bailador a que de nuevo la ayude.

SOBRINO.- Por mí no quedará, por cierto.

BENITO.- Eso sí, sobrino; cánsala, cánsala; vueltas y más vueltas.

FURRIER.- ¿Está loca esta gente? ¿Qué diablos de doncella es ésta, y qué baile, y qué Tontonelo?

CAPACHO.- Luego, ¿no ve la doncella herodiana el señor furrier?

FURRIER.- ¿Qué diablos de doncella tengo de ver?

CAPACHO.- Basta: ¡de ellos es!

GOBERNADOR.- ¡De ellos es; de ellos es!

JUAN.- ¡De ellos es, de ellos el señor furrier; de ellos es!

FURRIER.- ¡Soy de la mala puta que los parió; y, por Dios vivo, que si echo mano a la espada, que los haga salir por las ventanas, que no por la puerta!

CAPACHO.- Basta: ¡de ellos es!

BENITO.- Basta: ¡de ellos es, pues no ve nada!

FURRIER.- Canalla: si otra vez me dicen que soy de ellos, no les dejaré hueso sano.

BENITO.- Nunca los confesos ni bastardos fueron valientes; y por eso no podemos dejar de decir: ¡de ellos es, de ellos es!

FURRIER.- ¡Cuerpo de Dios con los villanos! ¡Esperad!

(Mete mano a la espada y acuchíllase con todos; y el ALCALDE aporrea al RABELLEJO; y la CHERRINOS descuelga la manta y dice:)

[CHIRINOS].- Qué suerte la venida de los hombres de armas; parece que los llamaron con campanilla.

CHANFALLA.- El suceso ha sido extraordinario; la virtud del retablo se queda en su punto, y mañana lo podemos mostrar al pueblo; y nosotros mismos podemos cantar el triunfo de esta batalla, diciendo: ¡vivan Chirinos y Chanfalla!



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