Adaptación de EL VIEJO CELOSO de Miguel de Cervantes
Salen DOÑA LORENZA y
CRISTINA, su criada, y HORTIGOSA, su vecina.
DOÑA LORENZA.- Milagro
ha sido éste, señora Hortigosa, que no haya dado la vuelta a la
llave mi duelo, mi yugo y mi desesperación. Éste es el primero día,
después que me casé con él, que hablo con persona de fuera de
casa. Fuera le vea yo de esta vida a él y a quien con él me casó.
HORTIGOSA.- Ande, mi
señora doña Lorenza, no se queje tanto; que con una caldera vieja
se compra otra nueva.
DOÑA LORENZA.- Con esos
y otros semejantes refranes me engañaron a mí; que malditos sean
sus dineros; malditas sus joyas, malditas sus galas, y maldito todo
cuanto me da y promete. ¿De qué me sirve a mí todo aquesto, si en
mitad de la riqueza estoy pobre, y en medio de la abundancia con
hambre?
CRISTINA.- En verdad,
señora tía, que tienes razón; que más quisiera yo andar con un
trapo atrás y otro adelante, y tener un marido mozo, que verme
casada y enlodada con ese viejo podrido que tomaste por esposo.
DOÑA LORENZA.- ¿Yo lo
tomé, sobrina? Me lo dio quien pudo; y yo, como muchacha, fui más
presta al obedecer que al contradecir; pero, si hubiera tenido
experiencia de estas cosas, antes me tarazara la lengua con los
dientes que pronunciar aquel sí, que se pronuncia con dos letras y
da que llorar dos mil años; pero yo imagino que las cosas que han de
suceder, no hay prevención ni diligencia humana que las prevenga.
CRISTINA.- ¡Jesús y
del mal viejo! Toda la noche: «Daca el orinal, toma el orinal;
levántate, Cristinica, y caliéntame unos paños, que me muero de la
ijada». Con más ungüentos y medicinas en el aposento que si fuera
una botica; y yo, que apenas sé vestirme, tengo que servirle de
enfermera. ¡Puaj, viejo enfermo y viejo celoso, el más celoso del
mundo!
DOÑA LORENZA.- Dice la
verdad mi sobrina.
CRISTINA.- ¡Pluguiera a
Dios que nunca yo la dijera en esto!
HORTIGOSA.- Ahora bien,
señora doña Lorenza, vuesa merced haga lo que le tengo aconsejado,
y verá cómo se halla muy bien con mi consejo. El mozo es como un
árbol verde; quiere bien, sabe callar y agradecer lo que por él se
hace; resolución y buen ánimo: que, por la orden que hemos dado, yo
le pondré al galán en su aposento de vuesa merced y le sacaré, si
bien tuviese el viejo más ojos que Argos.
DOÑA LORENZA.- Como soy
primeriza, estoy temerosa, y no querría, a cambio del gusto, poner a
riesgo la honra.
CRISTINA.-
Eso me parece, señora
tía, a lo del cantar de Gómez Arias:
Señor Gómez
Arias,
doleos de mí;
soy niña y muchacha,
nunca en tal me vi.
DOÑA LORENZA.- Algún
espíritu malo debe de hablar en ti, sobrina, según las cosas que
dices.
CRISTINA.- Yo no sé
quién habla; pero yo sé que haría todo aquello que la señora
Hortigosa ha dicho, sin faltar punto.
DOÑA LORENZA.- ¿Y la
honra, sobrina?
CRISTINA.- ¿Y el
holgarnos, tía?
DOÑA LORENZA.- ¿Y si
se sabe?
CRISTINA.- ¿Y si no se
sabe?
DOÑA LORENZA.- ¿Y
quién me asegurará a mí que no se sepa?
HORTIGOSA.- ¿Quién? La
buena diligencia, la sagacidad, la industria; y, sobre todo, el buen
ánimo y mis trazas.
CRISTINA.- Mire, señora
Hortigosa, tráiganoslo galán, limpio, desenvuelto, un poco
atrevido, y, sobre todo, mozo.
HORTIGOSA.- Todo eso
tiene el que he propuesto, y otras dos más: que es rico y liberal.
DOÑA LORENZA.- Que no
quiero riquezas, señora Hortigosa; que me sobran las joyas, y me
ponen en confusión las diferencias de colores de mis muchos
vestidos. De eso no tengo nada que desear: Cañizares me tiene bien
vestida y con más joyas que la vidriera de un platero rico. Pero
ójala no me clavara él las ventanas, cerrara las puertas, visitara
a todas horas la casa, desterrara de ella los gatos y los perros,
solamente porque tienen nombre de varón.
HORTIGOSA.- ¿Tan celoso
es?
DOÑA LORENZA.- Digo que
le vendían el otro día una tapicería a muy buen precio, y por ser
de figuras no la quiso, y compró otra de vegetales por mayor precio,
aunque no era tan buena. Siete puertas hay antes de que se llegue a
mi aposento, además de la puerta de la calle, y todas se cierran con
llave; y las llaves no me ha sido posible averiguar dónde las
esconde de noche.
CRISTINA.- Y más, que
toda la noche anda como trasgo por toda la casa; y si acaso dan
alguna música en la calle, les tira de pedradas para que se vayan:
es un malo, es un brujo; es un viejo, que no tengo más que decir.
DOÑA LORENZA.- Señora
Hortigosa, váyase, no venga el gruñidor y la halle conmigo, que
sería echarlo a perder todo; y lo que ha de hacer, hágalo pronto;
que estoy tan aburrida, que no me falta sino echarme una soga al
cuello, por salir de tan mala vida.
HORTIGOSA.- Quizá con
esta que ahora se comenzará, se le quitará toda esa mala gana y le
vendrá otra más saludable y que más la contente.
CRISTINA.- Así suceda,
aunque me costase a mí un dedo de la mano: que quiero mucho a mi
señora tía, y me muero de verla tan pensativa y angustiada en poder
de este viejo y reviejo, y más que viejo; y no me puedo hartar de
decirle viejo.
DOÑA LORENZA.- Pues en
verdad que te quiere bien, Cristina.
CRISTINA.- ¿Deja por
eso de ser viejo? Cuanto más, que yo he oído decir que siempre los
viejos son amigos de niñas.
HORTIGOSA.- Así es la
verdad, Cristina, y adiós, que, en acabando de comer, doy la vuelta.
Vuesa merced esté pendiente de lo que dejamos concertado.
CRISTINA.- Señora
Hortigosa, hágame merced de traerme a mí un frailecico pequeñito,
con quien yo me huelgue.
HORTIGOSA.- Yo se lo
traeré a la niña pintado.
CRISTINA.- ¡Que no le
quiero pintado, sino vivo, vivo, chiquito como unas perlas!
DOÑA LORENZA.- ¿Y si
lo ve tío?
CRISTINA.- Le diré que
es un duende, y tendrá miedo, y yo me holgaré.
HORTIGOSA.- Digo que yo
le traeré, y adiós.
(Vase HORTIGOSA.)
CRISTINA.- Mire, tía:
si Hortigosa trae al galán y a mi frailecico, y si el señor los ve,
no tenemos más que hacer sino cogerlo entre todos y ahogarlo, y
echarlo en el pozo o enterrarlo en la caballeriza.
DOÑA LORENZA.- Tal eres
tú, que creo lo harías mejor que lo dices.
CRISTINA.- Pues no sea
el viejo celoso, y déjenos vivir en paz, pues no le hacemos mal
alguno, y vivimos como unas santas.
(Éntranse.)
(Entran CAÑIZARES, viejo,
y un COMPADRE suyo.)
CAÑIZARES.- Señor
compadre, señor compadre: el setentón que se casa con quinceañera,
o carece de entendimiento, o tiene gana de visitar el otro mundo lo
más presto que le sea posible. Apenas me casé con doña Lorencica,
pensando tener en ella compañía y agrado, y persona que se hallase
en mi cabecera, y me cerrase los ojos al tiempo de mi muerte, cuando
me llegaron muchísimos desasosiegos.
COMPADRE.- ¿Tiene
celos, señor compadre?
CAÑIZARES.- Del sol que
mira a Lorencita, del aire que le toca, de las faldas que la golpean.
COMPADRE.- ¿Dale
ocasión?
CAÑIZARES.- Ni por
pienso, ni tiene por qué, ni cómo, ni cuándo, ni adónde: las
ventanas, amén de estar con llave, las guarnecen rejas y celosías;
las puertas jamás se abren; ninguna vecina atraviesa mis umbrales,
ni los atravesará mientras Dios me dé vida. Mirad, compadre: no les
vienen los malos aires a las mujeres de ir a las procesiones, ni a
todos los actos de regocijos públicos; donde ellas se estropean es
en casa de las vecinas y de las amigas; más maldades encubre una
mala amiga, que la capa de la noche; más conciertos se hacen en su
casa y más se concluyen, que en una asamblea.
COMPADRE.- Yo así lo
creo; pero si la señora doña Lorenza no sale de casa, ni nadie
entra en la suya, ¿de qué vive descontento mi compadre?
CAÑIZARES.- De que no
pasará mucho tiempo en que no note Lorencica lo que le falta; de
que en sólo pensarlo lo temo, y de temerlo me desespero, y de
desesperarme vivo con disgusto.
COMPADRE.- Y con razón
se puede tener ese temor, porque las mujeres quieren gozar enteros
los frutos del matrimonio.
CAÑIZARES.- No, no, ni
por pienso; porque es más simple Lorencica que una paloma, y hasta
agora no entiende nada de esas cosas; y adiós, señor compadre, que
quiero entrar en casa.
COMPADRE.- Yo quiero
entrar allá, y ver a mi señora doña Lorenza.
CAÑIZARES.- Habéis de
saber, compadre, que los antiguos latinos usaban de un refrán, que
decía: Amicus usque ad aras, que quiere decir: «El amigo, hasta el
altar»; infiriendo que el amigo ha de hacer por su amigo todo
aquello que no sea contra Dios; y yo digo que mi amigo, usque ad
portam, hasta la puerta; que ninguno ha de pasar mis quicios; y
adiós, señor compadre, y perdóneme.
(Éntrase CAÑIZARES.)
COMPADRE.- En mi vida he
visto hombre más recatado, ni más celoso, ni más impertinente;
pero éste es de los que siempre vienen a morir del mal que temen.
(Éntrase el COMPADRE.)
(Salen DOÑA LORENZA y
CRISTINICA.)
CRISTINA.- Tía, mucho
tarda tío, y más tarda Hortigosa.
[DOÑA] LORENZA.- Nunca
vengan; porque él me enfada y ella me tiene confusa.
CRISTINA.- Todo es
probar, señora tía; y, si no sale bien, dejarlo.
DOÑA LORENZA.- ¡Ay,
sobrina! Que estas cosas, o yo sé poco o todo el daño está en
probarlas.
CRISTINA.- Señora tía,
tiene poco ánimo. Si yo fuera de su edad, no me asustarían
hombres armados.
DOÑA LORENZA.- Otra vez
torno a decir, y diré cien mil veces, que Satanás habla en tu boca;
mas ¡ay! ¿Cómo ha entrado el señor?
CRISTINA.- Debe de haber
abierto con la llave maestra.
DOÑA LORENZA.-
Encomiendo yo al diablo sus maestrías y sus llaves.
(Entra CAÑIZARES.)
CAÑIZARES.- ¿Con quién
hablabais, doña Lorenza?
DOÑA LORENZA.- Con
Cristinica hablaba.
CAÑIZARES.- Miradlo
bien, doña Lorenza.
DOÑA LORENZA.- Digo que
con Cristinica: ¿con quién si no? ¿Tengo yo, por ventura, con
quién?
CAÑIZARES.- No querría
que tuvieseis algún soliloquio con vos misma, que redundase en mi
perjuicio.
DOÑA LORENZA.- Ni
entiendo esos circunloquios que decís, ni aun los quiero entender; y
tengamos la fiesta en paz.
CAÑIZARES.- No querría
yo tener en guerra con vos; pero, ¿quién llama a aquella puerta con
tanta prisa? Mira, Cristinica, quién es, y, si es pobre, dale
limosna y despídele.
CRISTINA.- ¿Quién está
ahí?
HORTIGOSA.- La vecina
Hortigosa es, señora Cristina.
CAÑIZARES.- ¿Hortigosa
y vecina? Pregúntale, Cristina, lo que quiere, y dáselo, con
condición que no atraviese esos umbrales.
CRISTINA.- ¿Y qué
quiere, señora vecina?
HORTIGOSA.- Al señor
Cañizares quiero suplicar un poco, en que me va la honra, la vida y
el alma.
CAÑIZARES.- Decidle,
sobrina, a esa señora, que a mí me va todo eso y más en que no
entre.
DOÑA LORENZA.- ¡Jesús,
y qué condición tan extravagante! ¿Aquí no estoy delante de vos?
¿Me han de comer por mirarme? ¿Me han de llevar por los aires?
CAÑIZARES.- ¡Entre con
cien mil diablos, pues vos lo queréis!
CRISTINA.- Entre, señora
vecina.
(Entra HORTIGOSA, y trae
un guadamecí y en las pieles de las cuatro esquinas han de venir
pintados Rodamonte, Mandricardo, Rugero y Gradaso; y Rodamonte venga
pintado como arrebozado.)
HORTIGOSA.- Señor mío
de mi alma, movida por la buena fama de vuesa merced, de su gran
caridad y de sus muchas limosnas, me he atrevido a venir a suplicar a
vuesa merced me haga tanta merced, caridad y limosna y buena obra de
comprarme este guadamecí, porque tengo un hijo preso por unas
heridas que dio, y ha mandado la justicia que declare el cirujano, y
no tengo con qué pagarle, y corre peligro de que le caigan otras
muchas penas, a causa que es muy travieso mi hijo; y querría sacarle
hoy o mañana, si fuese posible, de la cárcel. La obra es buena, el
guadamecí nuevo, y, con todo eso, aceptaré lo que vuesa merced
quisiere darme por él. Tenga vuesa merced de esa punta, señora mía
para que vea el señor Cañizares que no hay engaño en mis
palabras; alce más, señora mía, y mire cómo es de buena la tela y
las pinturas de los cuadros parece que están vivas.
(Al alzar y mostrar el
guadamecí, entra por detrás dél un GALÁN; y, como CAÑIZARES ve
los retratos, dice:)
CAÑIZARES.- ¡Oh, qué
lindo Rodamonte! ¿Y qué quiere el señor rebozadito en mi casa? Aun
si supiese lo poco amigo que soy de estos rebocitos, se espantaría.
CRISTINA.- Señor tío,
yo no sé nada de rebozados; y si él ha entrado en casa, la señora
Hortigosa tiene la culpa; que a mí, el diablo me lleve si dije ni
hice nada para que él entrase.
CAÑIZARES.- Ya lo veo,
sobrina, que la señora Hortigosa tiene la culpa; pero no hay de qué
maravillarse, porque ella no sabe cuán enemigo soy de aquestas
pinturas.
DOÑA LORENZA.- Por las
pinturas lo dice, Cristinica, y no por otra cosa.
CRISTINA.- Pues por esas
digo yo. ¡Ay, Dios sea conmigo! Me ha vuelto el ánima al cuerpo.
DOÑA LORENZA.- ¡Quemada
vea yo esa lengua! En fin, quien con muchachos se acuesta, etc.
CRISTINA.- ¡Ay,
desgraciada, y en qué peligro he podido ponerlo todo!
CAÑIZARES.- Señora
Hortigosa, yo no soy amigo de figuras; tome este doblón, con el cual
podrá remediar su necesidad, y váyase de mi casa lo más presto que
pudiere, y llévese su guadamecí.
HORTIGOSA.- Viva vuesa
merced muchos años en vida de mi señora doña... no sé cómo se
llama, a quien serviré de noche y de día, con la vida y con el
alma, que la debe de tener ella como la de una tortolica simple.
CAÑIZARES.- Señora
Hortigosa, abrevie y váyase, y no juzgue agora almas ajenas.
HORTIGOSA.- Si vuesa
merced hubiere menester algo para la madre, tengo cosas milagrosas;
y, si para mal de muelas, sé unas palabras que quitan el dolor.
CAÑIZARES.- Abrevie,
señora Hortigosa, que doña Lorenza, ni tiene madre, ni dolor de
muelas; que todas las tiene sanas y enteras, que en su vida se ha
sacado muela alguna.
HORTIGOSA.- Ya se las
sacará, si el cielo quiere, porque le dará muchos años de vida; y
la vejez es la total destrucción de la dentadura.
CAÑIZARES.- ¿No será
posible que me deje esta vecina? ¡Hortigosa, o diablo, o vecina, o
lo que seas, vete con Dios y déjame en mi casa!
HORTIGOSA.- Justa es la
demanda, y vuesa merced no se enoje, que ya me voy.
(Vase HORTIGOSA.)
CAÑIZARES.- ¡Oh
vecinas, vecinas! Escaldado quedo hasta de las buenas palabras de
esta vecina.
DOÑA LORENZA.- Digo que
tenéis condición de bárbaro y de salvaje; y ¿qué ha dicho esta
vecina para que quedéis con la ojeriza contra ella? Todas vuestras
buenas obras las hacéis en pecado mortal: le disteis dos docenas de
reales, acompañados con otras dos docenas de injurias, ¡boca de
lobo, lengua de escorpión y almacén de malicias!
CAÑIZARES.- No me
parece bien que discutáis tanto por vuestra vecina.
CRISTINA.- Señora tía,
entre y desenójese, y deje a tío, que parece que está enojado.
DOÑA LORENZA.- Así lo
haré, sobrina; y aun quizá no me verá la cara en estas dos horas.
(Éntrase DOÑA LORENZA.)
CRISTINA.- Tío, ¿no ve
cómo ha cerrado de golpe? Y creo que va a buscar una tranca para
asegurar la puerta.
(DOÑA LORENZA, por
dentro.)
[DOÑA LORENZA].-
¿Cristinica? ¿Cristinica?
CRISTINA.- ¿Qué
quiere, tía?
DOÑA LORENZA.- ¡Si
supieses qué galán me ha deparado la buena suerte! Mozo, bien
dispuesto, pelinegro, y que le huele la boca a mil azahares.
CRISTINA.- ¡Jesús, y
qué locuras y qué niñerías! ¿Está loca, tía?
DOÑA LORENZA.- Estoy en
todo mi juicio; y en verdad que, si le vieses, se te alegraría el
alma.
CRISTINA.- ¡Jesús, y
qué locuras! Ríñala, tío, para que no se atreva, ni aun burlando,
a decir deshonestidades.
CAÑIZARES.- ¿Bobear,
Lorenza? Pues no estoy yo de humor para sufrir esas burlas.
DOÑA LORENZA.- Que no
son sino veras, y tan veras, que en este género no pueden ser
mayores.
CRISTINA.- ¡Jesús, y
qué locuras y qué niñerías! Y dígame, tía, ¿está ahí también
mi frailecito?
DOÑA LORENZA.- No,
sobrina; pero otra vez vendrá si quiere Hortigosa, la vecina.
CAÑIZARES.- Lorenza, di
lo que quieras, pero no nombres a la vecina, que me tiemblan las
carnes.
DOÑA LORENZA.- También
me tiemblan a mí por amor de la vecina.
CRISTINA.- ¡Jesús, y
qué locuras y qué niñerías!
DOÑA LORENZA.- Ahora
echo de ver quién eres, viejo maldito; que hasta aquí he vivido
engañada contigo.
CRISTINA.- Ríñala,
tío, ríñala, tío; que se desvergüenza mucho.
DOÑA LORENZA.- Lavar
quiero a un galán las pocas barbas que tiene con una bacía llena de
agua de ángeles, porque su cara es como la de un ángel pintado.
CRISTINA.- ¡Jesús, y
qué locuras y qué niñerías! Despedácela, tío.
CAÑIZARES.- No la
despedazaré yo a ella, sino a la puerta que la encubre.
DOÑA LORENZA.- No hay
para qué: vela aquí abierta; entre, y verá como es verdad cuanto
le he dicho.
CAÑIZARES.- Aunque sé
que te burlas, sí entraré para desenojarte.
(Al entrar CAÑIZARES,
danle con una bacía de agua en los ojos; él se va a limpiar;
acuden sobre él CRISTINA y DOÑA
LORENZA, y en este ínterim sale el
galán y se va.)
CAÑIZARES.- ¡Por Dios,
que por poco me ciegas, Lorenza!
DOÑA LORENZA.- ¡Mirad
con quién me casó mi suerte, sino con el hombre más malicioso del
mundo! ¡Mirad cómo dio crédito a mis mentiras, por sus celos!
Mirad en lo que tiene mi honra y mi crédito, pues de las sospechas
hace certezas, de las mentiras verdades, de las burlas veras y de los
entretenimientos maldiciones. ¡Ay, que se me arranca el alma!
CRISTINA.- Tía, no dé
tantas voces, que se juntará la vecindad.
(De dentro.)
JUSTICIA.- ¡Abran esas
puertas! Abran o las echo abajo.
DOÑA LORENZA.- Abre,
Cristinica, y sepa todo el mundo mi inocencia y la maldad de este
viejo.
CAÑIZARES.- ¡Vive
Dios, que creí que te burlabas! ¡Lorenza, calla!
(Entran el ALGUACIL y los
músicos, y el BAILARÍN y HORTIGOSA.)
ALGUACIL.- ¿Qué es
esto? ¿Quién daba aquí voces?
CAÑIZARES.- Señor, no
es nada; pendencias son entre marido y mujer, que luego se pasan.
MÚSICO.- ¡Por Dios,
que estábamos mis compañeros y yo, que somos músicos, aquí pared
y medio, en un desposorio, y a las voces hemos acudido, con no
pequeño sobresalto, pensando que era otra cosa.
HORTIGOSA.- Y yo
también.
CAÑIZARES.- Pues en
verdad que si no fuera por la señora Hortigosa no hubiera sucedido
nada.
HORTIGOSA.- Soy tan
desdichada que se me echan a mí las culpas que otros cometen.
CAÑIZARES.- Señores,
vuesas mercedes todos se vuelvan, que yo les agradezco su buen deseo;
que ya yo y mi esposa quedamos en paz.
DOÑA LORENZA.- Sí
quedaré, como le pida primero perdón a la vecina.
CAÑIZARES.- Si a todas
las vecinas de quien yo pienso mal hubiese de pedir perdón, sería
nunca acabar; pero, con todo
eso, yo se le pido a la señora
Hortigosa.
HORTIGOSA.- Y yo le
otorgo .
MÚSICO.- Pues para que
no hayamos venido en balde, toquen mis compañeros, y baile el
bailarín, y regocíjense las paces con esta canción.
CAÑIZARES.- Señores,
no quiero música: yo la doy por recibida.
MÚSICO.-
Pues aunque no la quiera.
El agua de por San
Juan
quita vino y no da pan.
Las riñas de por San
Juan
todo el año paz nos
dan.
Llover el trigo en las
eras,
las viñas estando en
cierne,
no hay labrador que
gobierne
bien sus cubas y
paneras;
mas las riñas más de
veras,
si suceden por San Juan
todo el año paz nos
dan.
(Baila.)
Por la canícula
ardiente
está la cólera a
punto;
pero, pasando aquel
punto,
menos activa se siente.
Y así, el que dice no
miente,
que las riñas por San
Juan
todo el año paz nos
dan.
(Baila.)
Las riñas de los
casados
como aquesta siempre
sean,
para que después se
vean,
sin pensar regocijados.
Sol que sale tras
nublados,
es contento tras afán:
las riñas de por San
Juan
todo el año paz nos
dan.
CAÑIZARES.- Porque vean
vuesas mercedes las revueltas y vueltas en que me ha puesto una
vecina, y si tengo razón de estar mal con las vecinas.
DOÑA LORENZA.- Aunque
mi esposo está mal con las vecinas, yo beso a vuesas mercedes las
manos, señoras vecinas.
CRISTINA.- Y yo también;
mas si mi vecina me hubiera traído mi frailecico, yo la tuviera por
mejor vecina; y adiós.
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