viernes, 4 de marzo de 2016

"El viejo celoso"

Adaptación de EL VIEJO CELOSO de Miguel de Cervantes




Salen DOÑA LORENZA y CRISTINA, su criada, y HORTIGOSA, su vecina.

DOÑA LORENZA.- Milagro ha sido éste, señora Hortigosa, que no haya dado la vuelta a la llave mi duelo, mi yugo y mi desesperación. Éste es el primero día, después que me casé con él, que hablo con persona de fuera de casa. Fuera le vea yo de esta vida a él y a quien con él me casó.

HORTIGOSA.- Ande, mi señora doña Lorenza, no se queje tanto; que con una caldera vieja se compra otra nueva.

DOÑA LORENZA.- Con esos y otros semejantes refranes me engañaron a mí; que malditos sean sus dineros; malditas sus joyas, malditas sus galas, y maldito todo cuanto me da y promete. ¿De qué me sirve a mí todo aquesto, si en mitad de la riqueza estoy pobre, y en medio de la abundancia con hambre?

CRISTINA.- En verdad, señora tía, que tienes razón; que más quisiera yo andar con un trapo atrás y otro adelante, y tener un marido mozo, que verme casada y enlodada con ese viejo podrido que tomaste por esposo.

DOÑA LORENZA.- ¿Yo lo tomé, sobrina? Me lo dio quien pudo; y yo, como muchacha, fui más presta al obedecer que al contradecir; pero, si hubiera tenido experiencia de estas cosas, antes me tarazara la lengua con los dientes que pronunciar aquel sí, que se pronuncia con dos letras y da que llorar dos mil años; pero yo imagino que las cosas que han de suceder, no hay prevención ni diligencia humana que las prevenga.

CRISTINA.- ¡Jesús y del mal viejo! Toda la noche: «Daca el orinal, toma el orinal; levántate, Cristinica, y caliéntame unos paños, que me muero de la ijada». Con más ungüentos y medicinas en el aposento que si fuera una botica; y yo, que apenas sé vestirme, tengo que servirle de enfermera. ¡Puaj, viejo enfermo y viejo celoso, el más celoso del mundo!

DOÑA LORENZA.- Dice la verdad mi sobrina.

CRISTINA.- ¡Pluguiera a Dios que nunca yo la dijera en esto!

HORTIGOSA.- Ahora bien, señora doña Lorenza, vuesa merced haga lo que le tengo aconsejado, y verá cómo se halla muy bien con mi consejo. El mozo es como un árbol verde; quiere bien, sabe callar y agradecer lo que por él se hace; resolución y buen ánimo: que, por la orden que hemos dado, yo le pondré al galán en su aposento de vuesa merced y le sacaré, si bien tuviese el viejo más ojos que Argos.

DOÑA LORENZA.- Como soy primeriza, estoy temerosa, y no querría, a cambio del gusto, poner a riesgo la honra.

CRISTINA.-
Eso me parece, señora tía, a lo del cantar de Gómez Arias:
Señor Gómez Arias,
doleos de mí;
soy niña y muchacha,
nunca en tal me vi.

DOÑA LORENZA.- Algún espíritu malo debe de hablar en ti, sobrina, según las cosas que dices.

CRISTINA.- Yo no sé quién habla; pero yo sé que haría todo aquello que la señora Hortigosa ha dicho, sin faltar punto.

DOÑA LORENZA.- ¿Y la honra, sobrina?

CRISTINA.- ¿Y el holgarnos, tía?

DOÑA LORENZA.- ¿Y si se sabe?

CRISTINA.- ¿Y si no se sabe?

DOÑA LORENZA.- ¿Y quién me asegurará a mí que no se sepa?

HORTIGOSA.- ¿Quién? La buena diligencia, la sagacidad, la industria; y, sobre todo, el buen ánimo y mis trazas.

CRISTINA.- Mire, señora Hortigosa, tráiganoslo galán, limpio, desenvuelto, un poco atrevido, y, sobre todo, mozo.

HORTIGOSA.- Todo eso tiene el que he propuesto, y otras dos más: que es rico y liberal.

DOÑA LORENZA.- Que no quiero riquezas, señora Hortigosa; que me sobran las joyas, y me ponen en confusión las diferencias de colores de mis muchos vestidos. De eso no tengo nada que desear: Cañizares me tiene bien vestida y con más joyas que la vidriera de un platero rico. Pero ójala no me clavara él las ventanas, cerrara las puertas, visitara a todas horas la casa, desterrara de ella los gatos y los perros, solamente porque tienen nombre de varón.

HORTIGOSA.- ¿Tan celoso es?

DOÑA LORENZA.- Digo que le vendían el otro día una tapicería a muy buen precio, y por ser de figuras no la quiso, y compró otra de vegetales por mayor precio, aunque no era tan buena. Siete puertas hay antes de que se llegue a mi aposento, además de la puerta de la calle, y todas se cierran con llave; y las llaves no me ha sido posible averiguar dónde las esconde de noche.

CRISTINA.- Y más, que toda la noche anda como trasgo por toda la casa; y si acaso dan alguna música en la calle, les tira de pedradas para que se vayan: es un malo, es un brujo; es un viejo, que no tengo más que decir.

DOÑA LORENZA.- Señora Hortigosa, váyase, no venga el gruñidor y la halle conmigo, que sería echarlo a perder todo; y lo que ha de hacer, hágalo pronto; que estoy tan aburrida, que no me falta sino echarme una soga al cuello, por salir de tan mala vida.

HORTIGOSA.- Quizá con esta que ahora se comenzará, se le quitará toda esa mala gana y le vendrá otra más saludable y que más la contente.

CRISTINA.- Así suceda, aunque me costase a mí un dedo de la mano: que quiero mucho a mi señora tía, y me muero de verla tan pensativa y angustiada en poder de este viejo y reviejo, y más que viejo; y no me puedo hartar de decirle viejo.

DOÑA LORENZA.- Pues en verdad que te quiere bien, Cristina.

CRISTINA.- ¿Deja por eso de ser viejo? Cuanto más, que yo he oído decir que siempre los viejos son amigos de niñas.

HORTIGOSA.- Así es la verdad, Cristina, y adiós, que, en acabando de comer, doy la vuelta. Vuesa merced esté pendiente de lo que dejamos concertado.

CRISTINA.- Señora Hortigosa, hágame merced de traerme a mí un frailecico pequeñito, con quien yo me huelgue.

HORTIGOSA.- Yo se lo traeré a la niña pintado.

CRISTINA.- ¡Que no le quiero pintado, sino vivo, vivo, chiquito como unas perlas!

DOÑA LORENZA.- ¿Y si lo ve tío?

CRISTINA.- Le diré que es un duende, y tendrá miedo, y yo me holgaré.

HORTIGOSA.- Digo que yo le traeré, y adiós.

(Vase HORTIGOSA.)

CRISTINA.- Mire, tía: si Hortigosa trae al galán y a mi frailecico, y si el señor los ve, no tenemos más que hacer sino cogerlo entre todos y ahogarlo, y echarlo en el pozo o enterrarlo en la caballeriza.

DOÑA LORENZA.- Tal eres tú, que creo lo harías mejor que lo dices.

CRISTINA.- Pues no sea el viejo celoso, y déjenos vivir en paz, pues no le hacemos mal alguno, y vivimos como unas santas.

(Éntranse.)

(Entran CAÑIZARES, viejo, y un COMPADRE suyo.)

CAÑIZARES.- Señor compadre, señor compadre: el setentón que se casa con quinceañera, o carece de entendimiento, o tiene gana de visitar el otro mundo lo más presto que le sea posible. Apenas me casé con doña Lorencica, pensando tener en ella compañía y agrado, y persona que se hallase en mi cabecera, y me cerrase los ojos al tiempo de mi muerte, cuando me llegaron muchísimos desasosiegos.

COMPADRE.- ¿Tiene celos, señor compadre?

CAÑIZARES.- Del sol que mira a Lorencita, del aire que le toca, de las faldas que la golpean.

COMPADRE.- ¿Dale ocasión?

CAÑIZARES.- Ni por pienso, ni tiene por qué, ni cómo, ni cuándo, ni adónde: las ventanas, amén de estar con llave, las guarnecen rejas y celosías; las puertas jamás se abren; ninguna vecina atraviesa mis umbrales, ni los atravesará mientras Dios me dé vida. Mirad, compadre: no les vienen los malos aires a las mujeres de ir a las procesiones, ni a todos los actos de regocijos públicos; donde ellas se estropean es en casa de las vecinas y de las amigas; más maldades encubre una mala amiga, que la capa de la noche; más conciertos se hacen en su casa y más se concluyen, que en una asamblea.

COMPADRE.- Yo así lo creo; pero si la señora doña Lorenza no sale de casa, ni nadie entra en la suya, ¿de qué vive descontento mi compadre?

CAÑIZARES.- De que no pasará mucho tiempo en que no note Lorencica lo que le falta; de que en sólo pensarlo lo temo, y de temerlo me desespero, y de desesperarme vivo con disgusto.

COMPADRE.- Y con razón se puede tener ese temor, porque las mujeres quieren gozar enteros los frutos del matrimonio.

CAÑIZARES.- No, no, ni por pienso; porque es más simple Lorencica que una paloma, y hasta agora no entiende nada de esas cosas; y adiós, señor compadre, que quiero entrar en casa.

COMPADRE.- Yo quiero entrar allá, y ver a mi señora doña Lorenza.

CAÑIZARES.- Habéis de saber, compadre, que los antiguos latinos usaban de un refrán, que decía: Amicus usque ad aras, que quiere decir: «El amigo, hasta el altar»; infiriendo que el amigo ha de hacer por su amigo todo aquello que no sea contra Dios; y yo digo que mi amigo, usque ad portam, hasta la puerta; que ninguno ha de pasar mis quicios; y adiós, señor compadre, y perdóneme.

(Éntrase CAÑIZARES.)

COMPADRE.- En mi vida he visto hombre más recatado, ni más celoso, ni más impertinente; pero éste es de los que siempre vienen a morir del mal que temen.

(Éntrase el COMPADRE.)

(Salen DOÑA LORENZA y CRISTINICA.)

CRISTINA.- Tía, mucho tarda tío, y más tarda Hortigosa.

[DOÑA] LORENZA.- Nunca vengan; porque él me enfada y ella me tiene confusa.

CRISTINA.- Todo es probar, señora tía; y, si no sale bien, dejarlo.

DOÑA LORENZA.- ¡Ay, sobrina! Que estas cosas, o yo sé poco o todo el daño está en probarlas.

CRISTINA.- Señora tía, tiene poco ánimo. Si yo fuera de su edad, no me asustarían hombres armados.

DOÑA LORENZA.- Otra vez torno a decir, y diré cien mil veces, que Satanás habla en tu boca; mas ¡ay! ¿Cómo ha entrado el señor?

CRISTINA.- Debe de haber abierto con la llave maestra.

DOÑA LORENZA.- Encomiendo yo al diablo sus maestrías y sus llaves.

(Entra CAÑIZARES.)

CAÑIZARES.- ¿Con quién hablabais, doña Lorenza?

DOÑA LORENZA.- Con Cristinica hablaba.

CAÑIZARES.- Miradlo bien, doña Lorenza.

DOÑA LORENZA.- Digo que con Cristinica: ¿con quién si no? ¿Tengo yo, por ventura, con quién?

CAÑIZARES.- No querría que tuvieseis algún soliloquio con vos misma, que redundase en mi perjuicio.

DOÑA LORENZA.- Ni entiendo esos circunloquios que decís, ni aun los quiero entender; y tengamos la fiesta en paz.

CAÑIZARES.- No querría yo tener en guerra con vos; pero, ¿quién llama a aquella puerta con tanta prisa? Mira, Cristinica, quién es, y, si es pobre, dale limosna y despídele.

CRISTINA.- ¿Quién está ahí?

HORTIGOSA.- La vecina Hortigosa es, señora Cristina.

CAÑIZARES.- ¿Hortigosa y vecina? Pregúntale, Cristina, lo que quiere, y dáselo, con condición que no atraviese esos umbrales.

CRISTINA.- ¿Y qué quiere, señora vecina?

HORTIGOSA.- Al señor Cañizares quiero suplicar un poco, en que me va la honra, la vida y el alma.

CAÑIZARES.- Decidle, sobrina, a esa señora, que a mí me va todo eso y más en que no entre.

DOÑA LORENZA.- ¡Jesús, y qué condición tan extravagante! ¿Aquí no estoy delante de vos? ¿Me han de comer por mirarme? ¿Me han de llevar por los aires?

CAÑIZARES.- ¡Entre con cien mil diablos, pues vos lo queréis!

CRISTINA.- Entre, señora vecina.

(Entra HORTIGOSA, y trae un guadamecí y en las pieles de las cuatro esquinas han de venir pintados Rodamonte, Mandricardo, Rugero y Gradaso; y Rodamonte venga pintado como arrebozado.)

HORTIGOSA.- Señor mío de mi alma, movida por la buena fama de vuesa merced, de su gran caridad y de sus muchas limosnas, me he atrevido a venir a suplicar a vuesa merced me haga tanta merced, caridad y limosna y buena obra de comprarme este guadamecí, porque tengo un hijo preso por unas heridas que dio, y ha mandado la justicia que declare el cirujano, y no tengo con qué pagarle, y corre peligro de que le caigan otras muchas penas, a causa que es muy travieso mi hijo; y querría sacarle hoy o mañana, si fuese posible, de la cárcel. La obra es buena, el guadamecí nuevo, y, con todo eso, aceptaré lo que vuesa merced quisiere darme por él. Tenga vuesa merced de esa punta, señora mía para que vea el señor Cañizares que no hay engaño en mis palabras; alce más, señora mía, y mire cómo es de buena la tela y las pinturas de los cuadros parece que están vivas.

(Al alzar y mostrar el guadamecí, entra por detrás dél un GALÁN; y, como CAÑIZARES ve los retratos, dice:)

CAÑIZARES.- ¡Oh, qué lindo Rodamonte! ¿Y qué quiere el señor rebozadito en mi casa? Aun si supiese lo poco amigo que soy de estos rebocitos, se espantaría.

CRISTINA.- Señor tío, yo no sé nada de rebozados; y si él ha entrado en casa, la señora Hortigosa tiene la culpa; que a mí, el diablo me lleve si dije ni hice nada para que él entrase.

CAÑIZARES.- Ya lo veo, sobrina, que la señora Hortigosa tiene la culpa; pero no hay de qué maravillarse, porque ella no sabe cuán enemigo soy de aquestas pinturas.

DOÑA LORENZA.- Por las pinturas lo dice, Cristinica, y no por otra cosa.

CRISTINA.- Pues por esas digo yo. ¡Ay, Dios sea conmigo! Me ha vuelto el ánima al cuerpo.

DOÑA LORENZA.- ¡Quemada vea yo esa lengua! En fin, quien con muchachos se acuesta, etc.

CRISTINA.- ¡Ay, desgraciada, y en qué peligro he podido ponerlo todo!

CAÑIZARES.- Señora Hortigosa, yo no soy amigo de figuras; tome este doblón, con el cual podrá remediar su necesidad, y váyase de mi casa lo más presto que pudiere, y llévese su guadamecí.

HORTIGOSA.- Viva vuesa merced muchos años en vida de mi señora doña... no sé cómo se llama, a quien serviré de noche y de día, con la vida y con el alma, que la debe de tener ella como la de una tortolica simple.

CAÑIZARES.- Señora Hortigosa, abrevie y váyase, y no juzgue agora almas ajenas.

HORTIGOSA.- Si vuesa merced hubiere menester algo para la madre, tengo cosas milagrosas; y, si para mal de muelas, sé unas palabras que quitan el dolor.

CAÑIZARES.- Abrevie, señora Hortigosa, que doña Lorenza, ni tiene madre, ni dolor de muelas; que todas las tiene sanas y enteras, que en su vida se ha sacado muela alguna.

HORTIGOSA.- Ya se las sacará, si el cielo quiere, porque le dará muchos años de vida; y la vejez es la total destrucción de la dentadura.

CAÑIZARES.- ¿No será posible que me deje esta vecina? ¡Hortigosa, o diablo, o vecina, o lo que seas, vete con Dios y déjame en mi casa!

HORTIGOSA.- Justa es la demanda, y vuesa merced no se enoje, que ya me voy.

(Vase HORTIGOSA.)

CAÑIZARES.- ¡Oh vecinas, vecinas! Escaldado quedo hasta de las buenas palabras de esta vecina.

DOÑA LORENZA.- Digo que tenéis condición de bárbaro y de salvaje; y ¿qué ha dicho esta vecina para que quedéis con la ojeriza contra ella? Todas vuestras buenas obras las hacéis en pecado mortal: le disteis dos docenas de reales, acompañados con otras dos docenas de injurias, ¡boca de lobo, lengua de escorpión y almacén de malicias!

CAÑIZARES.- No me parece bien que discutáis tanto por vuestra vecina.

CRISTINA.- Señora tía, entre y desenójese, y deje a tío, que parece que está enojado.

DOÑA LORENZA.- Así lo haré, sobrina; y aun quizá no me verá la cara en estas dos horas.

(Éntrase DOÑA LORENZA.)

CRISTINA.- Tío, ¿no ve cómo ha cerrado de golpe? Y creo que va a buscar una tranca para asegurar la puerta.

(DOÑA LORENZA, por dentro.)

[DOÑA LORENZA].- ¿Cristinica? ¿Cristinica?

CRISTINA.- ¿Qué quiere, tía?

DOÑA LORENZA.- ¡Si supieses qué galán me ha deparado la buena suerte! Mozo, bien dispuesto, pelinegro, y que le huele la boca a mil azahares.

CRISTINA.- ¡Jesús, y qué locuras y qué niñerías! ¿Está loca, tía?

DOÑA LORENZA.- Estoy en todo mi juicio; y en verdad que, si le vieses, se te alegraría el alma.

CRISTINA.- ¡Jesús, y qué locuras! Ríñala, tío, para que no se atreva, ni aun burlando, a decir deshonestidades.

CAÑIZARES.- ¿Bobear, Lorenza? Pues no estoy yo de humor para sufrir esas burlas.

DOÑA LORENZA.- Que no son sino veras, y tan veras, que en este género no pueden ser mayores.

CRISTINA.- ¡Jesús, y qué locuras y qué niñerías! Y dígame, tía, ¿está ahí también mi frailecito?

DOÑA LORENZA.- No, sobrina; pero otra vez vendrá si quiere Hortigosa, la vecina.

CAÑIZARES.- Lorenza, di lo que quieras, pero no nombres a la vecina, que me tiemblan las carnes.

DOÑA LORENZA.- También me tiemblan a mí por amor de la vecina.

CRISTINA.- ¡Jesús, y qué locuras y qué niñerías!

DOÑA LORENZA.- Ahora echo de ver quién eres, viejo maldito; que hasta aquí he vivido engañada contigo.

CRISTINA.- Ríñala, tío, ríñala, tío; que se desvergüenza mucho.

DOÑA LORENZA.- Lavar quiero a un galán las pocas barbas que tiene con una bacía llena de agua de ángeles, porque su cara es como la de un ángel pintado.

CRISTINA.- ¡Jesús, y qué locuras y qué niñerías! Despedácela, tío.

CAÑIZARES.- No la despedazaré yo a ella, sino a la puerta que la encubre.

DOÑA LORENZA.- No hay para qué: vela aquí abierta; entre, y verá como es verdad cuanto le he dicho.

CAÑIZARES.- Aunque sé que te burlas, sí entraré para desenojarte.

(Al entrar CAÑIZARES, danle con una bacía de agua en los ojos; él se va a limpiar; acuden sobre él CRISTINA y DOÑA 
LORENZA, y en este ínterim sale el galán y se va.)

CAÑIZARES.- ¡Por Dios, que por poco me ciegas, Lorenza!

DOÑA LORENZA.- ¡Mirad con quién me casó mi suerte, sino con el hombre más malicioso del mundo! ¡Mirad cómo dio crédito a mis mentiras, por sus celos! Mirad en lo que tiene mi honra y mi crédito, pues de las sospechas hace certezas, de las mentiras verdades, de las burlas veras y de los entretenimientos maldiciones. ¡Ay, que se me arranca el alma!

CRISTINA.- Tía, no dé tantas voces, que se juntará la vecindad.

(De dentro.)

JUSTICIA.- ¡Abran esas puertas! Abran o las echo abajo.

DOÑA LORENZA.- Abre, Cristinica, y sepa todo el mundo mi inocencia y la maldad de este viejo.

CAÑIZARES.- ¡Vive Dios, que creí que te burlabas! ¡Lorenza, calla!

(Entran el ALGUACIL y los músicos, y el BAILARÍN y HORTIGOSA.)

ALGUACIL.- ¿Qué es esto? ¿Quién daba aquí voces?

CAÑIZARES.- Señor, no es nada; pendencias son entre marido y mujer, que luego se pasan.

MÚSICO.- ¡Por Dios, que estábamos mis compañeros y yo, que somos músicos, aquí pared y medio, en un desposorio, y a las voces hemos acudido, con no pequeño sobresalto, pensando que era otra cosa.

HORTIGOSA.- Y yo también.

CAÑIZARES.- Pues en verdad que si no fuera por la señora Hortigosa no hubiera sucedido nada.

HORTIGOSA.- Soy tan desdichada que se me echan a mí las culpas que otros cometen.

CAÑIZARES.- Señores, vuesas mercedes todos se vuelvan, que yo les agradezco su buen deseo; que ya yo y mi esposa quedamos en paz.

DOÑA LORENZA.- Sí quedaré, como le pida primero perdón a la vecina.

CAÑIZARES.- Si a todas las vecinas de quien yo pienso mal hubiese de pedir perdón, sería nunca acabar; pero, con todo 
eso, yo se le pido a la señora Hortigosa.

HORTIGOSA.- Y yo le otorgo .

MÚSICO.- Pues para que no hayamos venido en balde, toquen mis compañeros, y baile el bailarín, y regocíjense las paces con esta canción.

CAÑIZARES.- Señores, no quiero música: yo la doy por recibida.

MÚSICO.-
Pues aunque no la quiera.
El agua de por San Juan
quita vino y no da pan.
Las riñas de por San Juan
todo el año paz nos dan.
Llover el trigo en las eras,
las viñas estando en cierne,
no hay labrador que gobierne
bien sus cubas y paneras;
mas las riñas más de veras,
si suceden por San Juan
todo el año paz nos dan.
(Baila.)
Por la canícula ardiente
está la cólera a punto;
pero, pasando aquel punto,
menos activa se siente.
Y así, el que dice no miente,
que las riñas por San Juan
todo el año paz nos dan.
(Baila.)
Las riñas de los casados
como aquesta siempre sean,
para que después se vean,
sin pensar regocijados.
Sol que sale tras nublados,
es contento tras afán:
las riñas de por San Juan
todo el año paz nos dan.

CAÑIZARES.- Porque vean vuesas mercedes las revueltas y vueltas en que me ha puesto una vecina, y si tengo razón de estar mal con las vecinas.

DOÑA LORENZA.- Aunque mi esposo está mal con las vecinas, yo beso a vuesas mercedes las manos, señoras vecinas.

CRISTINA.- Y yo también; mas si mi vecina me hubiera traído mi frailecico, yo la tuviera por mejor vecina; y adiós.



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